Tomó sus llaves y salió de la casa, bajó a la calle y se dispuso a seguir el extraño ruido.
Asustado y ligeramente contrariado por la serie de eventos que perturbaron sin razón aparente su velada, Frank se deslizó raudo por las escaleras de su bloque que llevaban a la calle resuelto a dar con la causa de ese extraño murmullo que poblaba las calles de su, por norma, apacible ciudad.
Al alcanzar la esquina de su calle, pudo ver un inusual acumulación de gente reclinada en perfecta formación, totalmente simétrica, y adorando cual islamistas a una especie de televisión colocada en un altar. La tele no tenía nada fuera de lo normal, era un televisor corriente encendido con la pantalla granulada. No obstante, un tumulto de gente entre la cual Frank creyó reconocer a varios amigos suyos amén de sus padres, parecía idolatrar al vulgar electrodoméstico.
Asustado y temiendo estar perdiendo la cordura definitivamente, Frank retrocedió temeroso sin saber a donde ir, pero justo cuando volvía a doblar la esquina, un adepto a ese anormal icono religioso descubrió su posición y lejos de seguir con su murmurante plegaria, gritó tan fuerte como sus pulmones le permitieron:
-¡Cazad a ese hereje!
La turba entera de gente giró la cabeza al unísono y emprendió a la carrera una contundente estampida en pos del sufrido Frank. Éste, deseando que su pesadilla no siguiese más y convencido que lo que veía era producto de su imaginación, se quedó quieto donde estaba con los ojos cerrados, creyendo con fe que lo que sus sentidos le mostraban no era más que una vaga ilusión, producto tal vez de los estupefacientes que consumió días atrás en casa de su hermanastro Dylan.
Fígaro
16 agosto 2007
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